En Gure Platera Gure Aukera seguimos recogiendo las experiencias de personas afines a nuestra iniciativa. Esta vez Teresa Sancho Ortega, voluntaria de Justicia Alimentaria y socia de Sorkin Alboratorio de Saberes nos habla sobre cómo la democratización de la información y la cultura nutricional nos acerca a entender el vínculo entre lo que comemos y nuestra salud.
En mi casa desayunar cereales con alguna cucharada extra de azúcar y leche con cacao, o merendar bocata de chorizo con el clásico zumo-de-bote, era lo habitual. Sí, yo también fui a EGB. Soy de la generación que descubría la poderosa energía que tenía gracias al tigre de los Frosties y envidiaba los musculitos del Primo de Zumosol. Esos tipos encarnaban el prototipo de salubridad y vitalidad de la época y gozaban de los superpoderes que a menudo aspirábamos a tener. ¿Por qué no si comíamos lo mismo?
Gracias a la democratización de la información y a que la cultura nutricional va mejorando con los años, como ciudadanía nos alejamos de ese tipo de creencias y al mismo tiempo estamos cada vez más cerca de entender el enorme vínculo que existe entre lo que comemos y nuestra salud. Una vez nos sensibilizamos sobre el problema, es cuestión de tiempo que tratemos de modificar hábitos alimentarios claramente dañinos para nuestros cuerpos, más aún cuando se trata de las o los más txikis* de la casa, pero llegar a conseguirlo es otro cantar. Cambiar esos hábitos que adquirimos en la infancia requiere concienciarse, formarse y entrenarse. Reeducarnos en todos los sentidos, vaya, porque esas costumbres y vivencias cotidianas que asimilamos en la infancia y que repetimos una y otra vez, miles de veces en nuestra vida, son al fin y al cabo, enseñanzas muy enraizadas.
Nos educamos a través de nuestra dieta y de lo que aprendamos va a depender nuestra salud pero también otras muchísimas cosas. Detrás de lo que comemos cada día hay todo un sistema agroalimentario que en la mayoría de casos contribuye a destruir el planeta, explotar a personas y profundizar en las diferentes desigualdades que afligen nuestras sociedades. No siempre es así, existen alternativas que desde la defensa de la soberanía alimentaria pretenden transformar esta realidad hacia una más justa, equitativa y sostenible. Nuestras elecciones cuentan, y mucho. Así, todas esas creencias y valores que impregnan nuestra alimentación ordinaria y que trasladamos a nuestras hijas o hijos no son neutros, pueden contribuir a transformar la realidad o bien, lo hagamos de forma consciente o no, a perpetuar la que ya existe.
Cuando advertimos que la alimentación puede ser una poderosa herramienta pedagógica para la transformación social podemos ir fácilmente mucho más allá de ingerir un alimento u otro. En su día a día una niña o un niño puede llegar a comprender que en esta latitud no puede tomar tomates en invierno sin dañar el medio ambiente; que un pan más sano requiere más tiempo de fermentación y por tanto, tiene más coste de elaboración; o que si las baserritarras se han encargado históricamente de la conservación y mejora de las semillas es porque los saberes de las mujeres han sido y son esenciales para el sostenimiento de la vida. Todo ello le ayudará a desarrollar un pensamiento crítico y responsabilizarse de sus acciones. Además, las familias no tenemos porque limitarnos sólo a los conocimientos o al espacio del hogar. Que pueda experimentar lo que se siente al hundir las manos en la tierra de una huerta, que se relacione con las pastoras que hacen su queso, o que nos observe en espacios comunitarios como los colegios o barrios defendiendo la soberanía alimentaria, son otras maneras de contribuir a su emancipación como sujetos activos de cambio.
Amas, aitas y otras personas adultas del entorno familiar, vosotras y vosotros sí que podéis transmitir un superpoder para el desayuno o la merienda a vuestras criaturas. En vuestras manos está acompañar a esas personitas que tenemos la suerte de tener en nuestras vidas para ayudarles a adquirir consciencia de la realidad que les toca vivir, de los problemas a los que nos enfrentamos como humanidad, y de su capacidad para cosechar un mundo mejor.
Teresa Sancho Ortega, voluntaria de Justicia Alimentaria y socia de Sorkin, Alboratorio de Saberes/ Jakintzen Iraultegia