Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria, nos habla sobre el nuevo caballo de Troya de las grandes corporaciones alimentarias: la creación de una inmensidad de sellos y certificaciones, un entramado muy sofisticado de marketing para hacernos creer que estamos consumiendo aquello que queremos, sin haber cambiado nada.
Los últimos años hemos sido testigo de cómo la alimentación cada vez nos importa más, y cada vez ocupa más espacio en los medios de comunicación. Las campañas de denuncia de los impactos de la alimentación corporativa, los problemas sociales, ambientales y de salud han ido escalando posiciones en nuestra decisión de compra, sobre todo en las nuevas generaciones. Estas tendencias sociales son cada vez más determinantes e inciden más en la cuenta de resultados de estas grandes corporaciones que no han pasado desapercibidas y que han sido analizadas exhaustivamente.
Su conclusión, no ha sido, lo que en el fondo pide la ciudadanía, que cambien su modelo de producción y distribución para que este sea sano, justo y sostenible. Si no que se han dedicado a otra cosa, simplemente a crear un entramado muy sofisticado de marketing para hacernos creer que estamos consumiendo aquello que queremos, sin haber cambiado nada. ¿Se acuerdan de la película el Gatopardo? Aquello de que todo cambie para que todo siga igual.
La estrategia puesta en marcha y que denunciamos en la campaña las Mentiras que comemos, es la creación de una inmensidad de sellos y certificaciones que vemos en los productos donde nos dicen lo bien que hacen las cosas. “¿Quieres bienestar animal? Ahí tienes. Miles de productos con decenas de sellos, hechos para ti. ¿Quieres alimentos ecológicos? No hay problema. Aquí van. Sellos eco por doquier. ¿Te preocupa el cambio climático? Claro que sí, mira todo lo que te traigo, una oferta amplísima de alimentos neutros climáticamente. ¿Qué más te preocupa? Pide por esa boquita. ¿La salud? Por supuesto, no nos podemos olvidar de la salud. Te he preparado etiquetados nutricionales como el Nutriscore”.
Pero hay dos problemas. En primer lugar, la inmensa mayor parte de los sellos se los ha inventado la misma industria alimentaria, y están muy lejos de ser lo que crees que son, cuando los ves en un alimento. Son fake. Y en segundo lugar, y más importante, nos hemos olvidado de las políticas públicas. ¿Qué tipo de libertad es esta en la que se puede elegir entre una alimentación que daña al medio ambiente y otra que no? ¿O una en la que se puede explotar a las personas y otra que no? Si como sociedad hemos decidido que queremos una alimentación con ciertos atributos en salud, medio ambiente, clima y derechos humanos, la queremos toda así y serán las políticas públicas adecuadas las que impulsarán esa alimentación.
Es la política pública, impulsada socialmente, y no los sellos autogenerados por las corporaciones alimentarias, donde está el campo de batalla para conseguir la alimentación que deseamos. Nos han cambiado el foco y nos hemos encontrado atrapados en la red de los sellos, certificados y protocolos. Son necesarias la regulación del mercado cognitivo que opera en los sellos y certificaciones privadas, y la política pública de verdad, real. Ese parece ser el camino para conseguir que la alimentación que defendemos sea para todo el mundo y que nos dejen de engañar.
Se trata de luchar contra el greenwashing alimentario, que se ha convertido en el nuevo caballo de Troya del actual modelo de alimentación.