Una evaluación siempre es recomendable puesto que nos aporta lecciones aprendidas, nos permite valorar y celebrar los logros, así como ver dónde hemos tenido dificultades para avanzar y por qué. Digamos que es un momento de pararse a “hacer la foto” de cómo va nuestra planificación, si es que la tenemos, o cómo va nuestra proyección y asunción de metas y objetivos. Además, debemos tener presente que el Departamento de Educación, Política Lingüística y Cultura ha exigido en la gestión directa a las empresas de catering adjudicatarias establecer unos parámetros de evaluación, por lo que es muy probable que soliciten algo similar a otros modelos de comedor que puedan establecerse en un futuro.
Si nos animamos a poner en marcha cualquier proceso de evaluación, primero nos preguntaremos para quién, con qué objetivo, cómo y cuándo queremos hacerlo y a quien queremos implicar o con qué esfuerzos y recursos podemos contar. Esto nos ayudará a definir nuestras herramientas de evaluación y nuestro enfoque.
Aunque son muchos y diversos los enfoques que podemos poner en práctica, os recomendamos uno que sea participativo y con perspectiva de género, que en definitiva quiere decir que intentemos recoger el máximo número de opiniones de la gran diversidad de agentes implicados, y les demos a todas las voces la misma validez, procurando que los aportes de las mujeres y sus intereses queden recogidos y considerados, y cuestionándonos si nuestro sistema de gestión contempla unas relaciones de poder equitativas.
Un enfoque participativo, a fin de cuentas lo que pretende es transformar “la” evaluación en “nuestra” evaluación. Esto redunda en una mayor toma de conciencia y de apropiación de todo el proceso y, al tiempo, nos implica en la acción, en la búsqueda de alternativas de solución y en la toma de decisiones.